Comentario
La vida social y política del siglo XIX se halla en buena medida condicionada por la presencia de grandes corrientes ideológicas que tienden a explicar su visión de la realidad social y a proponer mecanismos de justificación, reforma o cambio radical. Desde puntos de partida diferentes,el liberalismo, el nacionalismo o el marxismo propondrán modelos teóricos y formularán esquemas y herramientas de transformación de la realidad social. Aplicados a un ámbito más cultural o artístico, el realismo y el romanticismo serán las corrientes de pensamiento dominantes, aplicando al mundo artístico una visión particular que tendrá también su plasmación en actitudes y modelos de comportamiento. Por último, el positivismo surge como un paradigma teórico aplicado al ámbito científico y al mismo tiempo contribuye a conformar una visión optimista del mundo basada en el progreso. Ciencia y fe pugnan a partir de ahora como modelos explicativos acerca del mundo y el ser humano.La experiencia revolucionaria francesa, y su profundo impacto en la mayoría de las naciones europeas, habían suscitado un fuerte recelo hacia los excesos del liberalismo y obligaron a una adaptación de esta doctrina a las nuevas circunstancias de la Europa de la Restauración. El liberalismo podía parecer sospechoso para los sectores conservadores, pero tenía una permanente voluntad de compromiso que le llevaba a no dejarse desbordar por las exigencias de los radicalismos igualitaristas. La idea de democracia, aunque permanente en el horizonte del ideario liberal (esa preocupación es central en la obra de Alexis de Tocqueville), tenía un significado amenazador cuando se intentaba utilizar a corto plazo.En la parte occidental de Europa se consolidaron, desde los años treinta, sistemas políticos constitucionales y representativos, en los que se hacía una aplicación de los principios liberales en beneficio de una reducida oligarquía. La vida política de esos regímenes giró en torno al establecimiento de la responsabilidad de los gobiernos ante los representantes de la nación y la rebaja de las exigencias económicas establecidas para ser elector (ampliación de la franquicia). En los márgenes del sistema político quedaron quienes pretendían instituciones plenamente democráticas, que muchos veían como un peligro, si no eran atemperadas por la defensa de unos intereses materiales o por la posesión de un cierto nivel de instrucción. También quedaron al margen los sectores que añoraban el Antiguo Régimen y rechazaban el principio político de la soberanía nacional.En la Europa oriental, por el contrario, se mantuvo una estructura fuertemente autoritaria en lo político y con un carácter acusadamente aristocrático en cuanto a la organización social. Las instituciones representativas y la seguridad jurídica parecieron objetivos difícilmente alcanzables, así como la garantía de las libertades individuales.A los planteamientos del liberalismo moderado o doctrinario se enfrentaban las exigencias de los radicales, que proclamaban la soberanía popular y luchaban por el sufragio universal. Eran, por lo general, personas dedicadas a las actividades liberales o al periodismo que manifestaban, por añadidura, una cierta sensibilidad frente a los desequilibrios sociales y económicos que se venían produciendo con la implantación del sistema capitalista. Para la consecución de sus objetivos empleaban las campañas políticas y de agitación, pero tampoco descartaban el recurso a los métodos violentos, ya que las condiciones normales de la vida política tampoco permitían albergar grandes esperanzas sobre las posibilidades de conseguir cambios profundos por una vía pacífica. La revolución, por lo tanto, permaneció en el horizonte de la vida política hasta que se produjo el fracaso de los movimientos revolucionarios de 1848 y 1849.En cualquier caso, los grandes beneficiarios de los sistemas políticos eran los componentes de la oligarquía (gran burguesía y aristocracia) que nutría las filas del liberalismo moderado. Frente a ellos, los tradicionales órdenes privilegiados podían considerarse plenamente desplazados, mientras que la pequeña burguesía y las clases trabajadoras encontraban dificultades para alcanzar el nivel económico, o la capacidad profesional, que les permitiera acceder a las decisiones de la vida política.